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22/6/09

El boleto

-No cambiarás nunca- no es una pregunta, es una afirmación, un rabioso reproche.
-¿Qué más da, qué nos iba a resolver?
-Habría resuelto la cena de la niña, no he podido comprarle ni un plátano, ni un potito, nada. ¿Qué le doy de cenar, qué cenaremos nosotros?
No responde, aprieta con rabia el botón de encendido del telemando y conecta el televisor, último y único electrodoméstico que queda en la habitación alquilada.
-Van a tener razón los viejos cuando pronosticaron que esto nuestro no terminaría bien, que somos unos críos, que no sabemos comportarnos como adultos, que...
-Deja eso ya. Estoy harto de que me recuerdes lo que te decía tu mamá. Lo que no te dijo es que se te olvidaría tomar la píldora, que te emperrarías en tener al bebé, que perderías tu trabajo y dejarías de estudiar, que... me despedirían a mí y no me pagarían...
-¿Qué tiene eso que ver ahora con tu última genialidad: gastarte los últimos cuatro euros en un puto boleto de la primitiva? Se los podías haber dado a un pobre... más pobre que nosotros, si lo encuentras.
No presta atención, en la pantalla aparecen los resultados del sorteo de la ONCE, a continuación los de la Primitiva. 4-13-7-44-31-22 complementario el 7.
-¡Nena, nena! ¿Dónde lo pusiste? ¿Dónde está el boleto? Somos ricos mi amor, setenta y cinco millones de euros. Se terminaron nuestros problemas, para siempre. ¡Somos asquerosamente ricos!
-A nosotros nunca nos toca, ni el reintegro.
-Pues esta vez nos ha tocado el gordo, el gordísimo. ¿Dónde lo has puesto?
Aparta los ojos de la pantalla y busca los de su compañera que esquiva la mirada. Un sudor frío le paraliza de repente.
-Nena, ¿qué has hecho, ¡¡¿qué has hecho...?!!
©Scila
Enero-2009

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