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13/7/09

La Silla


Es lo primero que vi al entrar. Estaba ahí, cerca de la pared, recibiendo la luz intensa que entraba por el balcón a medio abrir. La mitad, bañada en una luz cegadora, la otra mitad en sombras, en penumbra. Lo primero que llamó mi atención fue el hecho de que estando la estancia vacía, eso me pareció, aquel objeto la llenaba. No se echaba ningún otro mueble en falta. Luego observé la espartana ausencia de adornos, de esculpidos, de hendiduras y resaltes, tan habituales en muebles similares. Totalmente lisas, sus cilíndricas extremidades, semejaban esbeltos pilares anclados sobre las oscuras baldosas de barro, despostilladas aquí y allá.

Los años y el uso habían logrado suavizar la rugosa superficie creando, en algunas zonas, un brillo satinado como el de la cera aplicada a mano en la tarima. Las hiladas de anea trenzada que formaban el paño del asiento, de color dorado añejo, permanecían compactas y militarmente alineadas, sin huecos, sin deshilachados, formando un dibujo de cuatro triángulos- iguales dos a dos- cuyos vértices convergían en el centro. Las dos tablas paralelas que formaban el respaldo, junto con la prolongación de las patas traseras, estaban curvadas ligeramente y se estrechaban por los extremos, curva conveniente para acoger confortablemente la espalda cansada de quien requiriese o necesitase sus servicios.

Un palmo por encima del suelo, unas trencillas- probablemente del mismo material- se anclaban en sendos alojamientos o rebajes torneados alrededor de cada pata y cruzaban en diagonal hasta la enfrentada, formando así una sabia distribución de fuerzas que las mantenían alineadas y firmes.

Más pronto me atrajo o sedujo aquella vieja silla por el asegurado descanso que por las historias que alrededor y sobre ella podrían tejer y destejerse. Desde los rapaces que seleccionaron, cortaron y pusieron a secar las largas varetas de anea, pasando por las nervudas y ásperas manos que la trenzaron y las hábiles del sillero que eligió la madera, la torneó a mano y montó pieza a pieza el conjunto, y todavía nos quedarían las historias de quienes por legión usaron, siquiera un instante, el asiento para descansar, para esperar o desesperar.

Creo que si tengo paciencia, y sé escuchar, mientras descanso sobre ella, la silla me contará sus secretos.


15/09/03

©Scila

Diego R. Herrero

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