Safe Creative #1003035682998

27/9/14


 
 

El viejo café I

Hace unos días, más bien unas tardes, huyendo de un repentino aguacero me protegí en un viejo, muy viejo, café- sede literaria y de debate que fue hace casi un siglo-, busqué acomodo en una mesa cerca del rincón más penumbroso del histórico lugar. 

Grandes espejos tallados, con el azogue en vergonzante retirada, devuelven la imagen de las mesas, viejas mesas de hierro forjado y, sobre ellas, gruesas tapas de mármol. Un gran ventanal ocupa todo un ángulo del local, junto al cristal se ordena una larga fila de mesas desde las cuales los clientes observan la actividad urbana, los juegos de los críos en el parque de enfrente, las conversaciones de las madres que desde los bancos de madera les controlan mientras curiosean a cuantos pasan cerca.

Llamó mi atención el perfil atractivo de una mujer sentada unas mesas más allá. El viejo café parece vacío, tan sólo ella, yo y un camarero, que debió aceptar la jubilación cuando le tocaba en vez de seguir como testimonio de la vetustez del lugar. Ocupábamos un espacio insignificante, el resto del local eran sombras apenas aclaradas por la escasa luz de las tulipas que parecían arder con el gas del siglo pasado, o el anterior.

La lentitud del anciano camarero en anotar la comanda me permitió observarla con detalle, antes de encargar para mí un chocolate con churros- un capricho de tarde otoñal, me dije. Llamaron de inmediato mi atención sus manos, una de ellas permanecía sobre la mesa, como dejada allí dormida, ajena al resto del cuerpo. La otra deslizaba la yema de uno de sus dedos sobre el borde de la taza. Era un gesto lento, perezoso o irresoluto, mantenía una ligera inclinación del rostro siguiendo el movimiento sobre la circunferencia de la taza.

Los movimientos de la cabeza ofrecían cambios de luces y sombras en el rostro modificando su expresión; ahora grave y concentrada; ahora risueña y soñadora; ahora triste y ensimismada. ¡Qué especie de milagro cambiante!, con tan sólo modificar el ángulo y la intensidad de la luz.

Observé unas ligeras manchas de carmín en el borde de su taza, pero sus labios- a pesar de ser muy rojos- no mostraban restos de carmín. ¿Quién había bebido en aquella taza? ¿Por qué sonreía o se tornaba triste su semblante acariciando apenas la delicada porcelana? ¿A quién esperaba, o quién se había ausentado?

La mirada fija e impertinente debió alertarla, giró el cuello y sus ojos, como faros de Alejandría, me clavaron en el fondo de la pared, como cuando se fija a una mariposa con un alfiler sobre el papel...

A fuerza de desearlo, a veces, las cosas ocurren. A veces. Pero hoy no, como casi nunca. Se levantó de improviso empujando delicadamente con sus nalgas la silla, sospeché- a partir de ese movimiento- que todo lo que a continuación ocurrió tenía una razón de ser.

Mis pupilas habían contemplado su perfil al contraluz de la ventana, neblinosa por la lluvia otoñal en la calle, y la contemplaron con obsesiva fijeza sí, con molesta obstinación. Pero sin ocultas y maliciosas intenciones, tan sólo con asombro infinito al reconocer en su perfil la imagen inédita de mis sueños. El desconcierto me impidió caminar unos pasos e impedir su marcha, su huida definitiva.

Debió sentir mi impertinente fijeza, tal vez le asustó, o tan sólo despreció mi estupidez, se levantó dándome la espalda, mostrándome el tamaño real de su indiferencia, o de su desprecio. Tomó el libro de la mesa y caminó con la elegancia de un lince en la sabana, agitando levemente el cuello estilizado, dejando que los pesados quinqués de las equinas del viejo café arrancaran destellos auríferos de sus cabellos en la curva delicada de la nuca.

Las puertas, de cristales y grandes pomos de dorado latón, se abrieron a su paso aceptando una bocanada de frío ambiente urbano, cargado de olor a asfalto mojado, a lluvia de hojas ocres que fueron verdes, luego se cerraron como un implacable telón de madera y cristal tras la figura esbelta.

Tan sólo vislumbré un instante su cabello, agitándose al viento como la bandera de un navío en el horizonte, breves sacudidas a impulsos de la brisa que azotaba las fachadas con el aguanieve persistente y, luego, la bruma del atardecer la ocultó de mí vista con su cómplice oscuridad.

Contuve el impulso insensato de levantarme y correr tras ella. Ya era tarde. Era tarde cuando ese día amaneció, porque estaba predestinado a no hacer lo que debía haber hecho. Me limité a esperar que las cosas ocurrieran sin mi mediación, someterme al albur, a la casualidad, como decía Pancho el blanquito, antes de fenecer del mal de otros.

Esperé un rato, apuré el resto de la taza que ahora me supo amargo y frío y, cuando ya no soporté más aquella atmósfera de repente irrespirable, dejé unas monedas sobre el mármol de la mesa y caminé abstraído hacia la salida.

A mi espalda, el anciano camarero recogía el servicio de la mesa de la bella desconocida y comprobaba si le había dejado alguna propina. Cuando empujaba las puertas de cristal le escuché un sarcástico comentario que no supe entender hasta horas más tarde:

-<Y, esta nota que ha dejado la chica, ¿para quién será?>.

-"Aquí tienes mi número, si te atreves a llamar, mirón"- ¿para quién habrá dejado esto?- escuché la voz asmática del camarero leyendo en voz alta. Pero no relacioné de inmediato la posibilidad de que yo fuese el destinatario.

Ya en la calle giré la vista y pude- através de los cristales- ver al viejo camarero alejando de sus cansados ojos un pequeño papel cuyo contenido había leído en voz alta.

¿Por qué no corrí a quitarle el papel con el teléfono?

 

 
©Scila- 2004- diego r. herrero

2 comentarios:

  1. Me parece que ya la habías publicado, no se si en la anterior ocasión te hice algún comentario, pero de no ser así, aprovecho para hacerlo en esta ocasión: Me parece un relato amable, romántico y triste a la vez, algo así como el rostro de la mujer, cambiante según la luz se reflejaba en su rostro.
    Espero impaciente la continuación,
    Saludos, Carlos.

    ResponderEliminar
  2. Hola Carlos. Veré si encuentro lo que sigue, que el HD está algo desorganizado y no encuentro nada. Un placer verte de nuevo por aquí.

    ResponderEliminar