En
la calle retumba el camión de la basura. ¡Joder que horas!, las cinco de la
madrugada. El brazo mecánico lanza sobre el asfalto el contenedor. No sirve
ocultar la cabeza bajo la almohada amarillenta de sudores y desvelos. Maldigo
el alma inmortal de los putos recogedores de la mierda urbana. Agradezco que lo
hagan pero prefiero no saberlo, si he de soportar ese ruido infernal en la
madrugada.
Me incorporo, abro un ojo y en la oscuridad busco las zapatillas. Pisar las baldosas, desnudas de alfombras y kilims, es como poner el pie en el Ártico, están heladas. Y sí ya sé, además sucias, guarras.
Estoy a oscuras, la bombilla se jodió hace siglos. ¡No se jodió! La jodiste tú cuando, por pereza, en vez levantarte, ir hasta el conmutador y apagarla, jugaste a tener puntería, esa puntería que no tienes cuando orinas frente a la taza del wáter y mojas el suelo, la pared y tus piernas. Y aquél día la puntería te visitó, y visitó a la triste, vieja y sucia bombilla que alumbraba las míseras cenas y los escasos desayunos.
La andrajosa mujeruca del jergón, la que chupa de tanto en tanto tu escuálido y seco biberón, rió como una pobre alcohólica cuando la vio saltar hecha añicos. Una hombrada. Jodiste la bombilla sí, pero no jodiste a la chica prematuramente envejecida que huyó de tus gritos, de las pesadillas que acompañan tu sueño escaso de cada noche.
Y lo sabías, tu diminuto cerebro recordó que no hay bombilla. Como no la hay en la habitación, ni en la escalera, ni...
Puedes achacar tus males a la puta mala suerte, que te persigue, te acosa y está terminando contigo. Le queda poco a tu poderosa mala suerte, te tiene contra la pared y tú pareces estar deseando caer en sus brazos y que te eche el último polvo, con suerte caerás gozando como un héroe anónimo.
Llegas hasta la sucia pila y te apoyas en ella. La ves plena de latas vacías, de platos sucios y docenas de brillantes cucarachas americanas. Quizás si pasas un trapo sobre los sucios cristales de la ventana entraría algo de luz y podrías encontrar el hornillo, y poner sobre él agua en un cacharro limpio.
¡Alto ahí!, ¿un cacharro limpio? Primero habría que limpiarlo. ¿Sabes limpiar algo? Sí sabes, pero no te sale de las pelotas en tu descenso a los infiernos, hacia la autodestrucción. Un camino fácil y, al final... el paraíso de la idiotez total. No te detengas, no pienses. Húndete en la mierda que te succiona. Sonríe estúpidamente, recréate en tu obra, tú te has creado a ti mismo, tú has logrado- sin ayuda- colocarte en el tramo final de una rampa sin retorno.
Continuará
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