Ni un minuto, ni un
segundo tardé en recordar quién eres, de qué y de dónde nos conocemos, tal vez
tendría que decir: Te reconozco, porque tú no me reconociste. Tu imagen fue
como un flash que me deslumbró, me dejó unos instantes inmóvil, mudo. Pasaste
junto a mí sin verme y te alejaste escaleras abajo por la boca del metro.
Han pasado tantos años que ni siquiera consigo verte en color, recuerdo tu imagen- con aquel babi níveo- en un nítido color sepia que te relaciona directamente con un pasado muy lejano.
Tropezaste conmigo, o yo contigo, nos pedimos excusas en un murmullo ininteligible y nos alejamos. Tú bajabas la escalera, yo la subía. Me volví de inmediato, no podía creer que fuese cierto y alcancé a ver tu espalda, alejándose hacia el subterráneo. Lo último que vi fueron tus talones, tus zapatos de ante. En un segundo había regresado a la infancia y, de inmediato, volví a la actualidad.
María. Maria. Así te llamábamos de críos, en la calle que era nuestra, en ella vivíamos más que en casa. Luego en la escuela, dónde siempre te distinguías por dos cosas: por tu blanco e impoluto babi y por los hermosos bocadillos que tu madre te preparaba y que compartías conmigo en el recreo, junto con nuestras primeras vivencias pre adolescentes, nuestro primer enamoramiento. Tú tendrías muchos seguidores durante los siguientes cursos, siempre fuimos varios los que buscábamos tus preferencias, que eran volátiles, inestables y cambiantes. Eras así y así teníamos que aceptarte y, además, crecías muy deprisa, más que todos nosotros.
Continuará
No hay comentarios:
Publicar un comentario