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10/3/25

El Autobús


-Hoy hace cinco años cielo, ¿recuerdas? 
-Claro que recuerdo- con el pretexto de la conducción evito mirarla a los ojos, habría descubierto en los míos que mis recuerdos no son los de ella. 
-Cada vez que lo pienso me sorprende más el cúmulo de casualidades que fraguaron nuestro encuentro. ¿No te ocurre lo mismo, cariño? 
-Sí, sí. Algo parecido, supongo. 
-Más tarde supe que, una avería del coche te obligó a buscar un taxi que nunca apareció y a subirte al autobús. La urgencia por llegar a la Ciudad Universitaria y tu salida precipitada del autobús, girado el rostro hacia el interior lograron que mi llegada inoportuna terminase en tragedia. 
-Lo recuerdo como tú, y mi pierna también lo recuerda- si las medias piernas pueden recordar-, tu falta de pericia conduciendo, el golpe, la clínica, la intervención... en fin, tus visitas diarias, tus atenciones... Me enternecieron y terminamos casados. Nunca más he subido a un autobús, los miro y pienso que si no hubiese bajado aquel día...
 
 ->>La joven subió al autobús, echó una ojeada mientras entregaba su billete al conductor y, no sé por qué, vino a sentarse frente a mí. Había algún otro asiento libre, pero vino a sentarse frente a mí. Me sonrió agradeciendo mi gesto al facilitar su paso para acomodarse cerca de la ventana y pude observar su perfil. De aquella observación surgió una pequeña llama que provocó un incendio en mi interior que sigue ardiendo a lo largo del último lustro. No volveré a encontrarla pero guardo en mi cerebro su imagen adorándola en secreto, en absoluto y amargo silencio>>. 
 
 -¿Lo dices por tu pierna amor?
-Pues claro, ¿por qué iba a decirlo? Un día te pondrán una sanción ejemplar, ¿no puedes colocarte el cinturón, como todo el mundo? No me hace caso, ella es así. 
 
 --<<¿Vives por aquí?>>-. 
Quise retener su atención pero no se me ocurrían frases inteligentes, apropiadas...
 -<<No, vivo al otro extremo de la ciudad>>-.
Tenía música, su voz tenía música, semejaba trinos de pájaros enamorados. Quiero pedirle una cita, un teléfono... y sonríe de nuevo, mirándome a los ojos y me quemo en su mirada como alas de la mariposa arden con la llama de una vela. 
 
 -¿Me perdonarás algún día?- la mano de mi esposa sobre el muslo me produce una descarga, un poco más abajo comienza la prótesis sobre la que me apoyo para poder caminar sin muletas. 
-Claro, en realidad no hay nada que perdonar, fue el destino y, ¿qué importa una pierna menos, si a cambio te tengo a ti?- tiene sentido del humor, sus carcajadas llenan el habitáculo del coche por encima de la música del CD.
-Cómo eres cariño, bromeas con todo. Me encanta tu visión de la vida, en positivo siempre. 
 
Quise pedirle una cita, un teléfono... 
-¡Moncloa!- gritó el conductor por la megafonía, mi parada. Instintivamente me puse en pie y caminé hacia la puerta girado el rostro, manteniendo el hilo que nos unía a través de nuestras pupilas. La escalera, desciendo los peldaños. Mantengo en ella la mirada, la última mirada a la joven más maravillosa jamás vista... piso el asfalto y el autobús se aleja, cruzo la calle sin separar la mirada del autobús que se aleja. De repente, un vehículo me golpea, me lanza hacia delante y luego me pasa con la rueda por encima de esta pierna. 
 
-Cariño no te distraigas, has estado a punto de atropellar a ese peatón-. Me concentro en la conducción, cambio al carril de la izquierda y acelero. El vehículo responde en un instante alcanza los 100 kms/hora, son demasiados en plena ciudad. De improviso, en un paso de cebra a corta distancia observo la figura de una mujer, no puedo verle bien la cara pero, ignoro el motivo, algo llama mi atención. A medida que me acerco diviso sus rasgos y me parece... ¡Es ella! ¡La chica del autobús! 

Continuará

9/3/25

Cómo crecen las niñas

 

Ni un minuto, ni un segundo tardé en recordar quién eres, de qué y de dónde nos conocemos, tal vez tendría que decir: Te reconozco, porque tú no me reconociste. Tu imagen fue como un flash que me deslumbró, me dejó unos instantes inmóvil, mudo. Pasaste junto a mí sin verme y te alejaste escaleras abajo por la boca del metro.

Han pasado tantos años que ni siquiera consigo verte en color, recuerdo tu imagen- con aquel babi níveo- en un nítido color sepia que te relaciona directamente con un pasado muy lejano.

Tropezaste conmigo, o yo contigo, nos pedimos excusas en un murmullo ininteligible y nos alejamos. Tú bajabas la escalera, yo la subía. Me volví de inmediato, no podía creer que fuese cierto y alcancé a ver tu espalda, alejándose hacia el subterráneo. Lo último que vi fueron tus talones, tus zapatos de ante. En un segundo había regresado a la infancia y, de inmediato, volví a la actualidad.

 María. Maria. Así te llamábamos de críos, en la calle que era nuestra, en ella vivíamos más que en casa. Luego en la escuela, dónde siempre te distinguías por dos cosas: por tu blanco e impoluto babi y por los hermosos bocadillos que tu madre te preparaba y que compartías conmigo en el recreo, junto con nuestras primeras vivencias pre adolescentes, nuestro primer enamoramiento. Tú tendrías muchos seguidores durante los siguientes cursos, siempre fuimos varios los que buscábamos tus preferencias, que eran volátiles, inestables y cambiantes. Eras así y así teníamos que aceptarte y, además, crecías muy deprisa, más que todos nosotros.

Continuará

El viejo zippo

En la calle retumba el camión de la basura. ¡Joder que horas!, las cinco de la madrugada. El brazo mecánico lanza sobre el asfalto el contenedor. No sirve ocultar la cabeza bajo la almohada amarillenta de sudores y desvelos. Maldigo el alma inmortal de los putos recogedores de la mierda urbana. Agradezco que lo hagan pero prefiero no saberlo, si he de soportar ese ruido infernal en la madrugada.

Me incorporo, abro un ojo y en la oscuridad busco las zapatillas. Pisar las baldosas, desnudas de alfombras y kilims, es como poner el pie en el Ártico, están heladas. Y sí ya sé, además sucias, guarras.

Estoy a oscuras, la bombilla se jodió hace siglos. ¡No se jodió! La jodiste tú cuando, por pereza, en vez levantarte, ir hasta el conmutador y apagarla, jugaste a tener puntería, esa puntería que no tienes cuando orinas frente a la taza del wáter y mojas el suelo, la pared y tus piernas. Y aquél día la puntería te visitó, y visitó a la triste, vieja y sucia bombilla que alumbraba las míseras cenas y los escasos desayunos.

La andrajosa mujeruca del jergón, la que chupa de tanto en tanto tu escuálido y seco biberón, rió como una pobre alcohólica cuando la vio saltar hecha añicos. Una hombrada. Jodiste la bombilla sí, pero no jodiste a la chica prematuramente envejecida que huyó de tus gritos, de las pesadillas que acompañan tu sueño escaso de cada noche.

Y lo sabías, tu diminuto cerebro recordó que no hay bombilla. Como no la hay en la habitación, ni en la escalera, ni...

Puedes achacar tus males a la puta mala suerte, que te persigue, te acosa y está terminando contigo. Le queda poco a tu poderosa mala suerte, te tiene contra la pared y tú pareces estar deseando caer en sus brazos y que te eche el último polvo, con suerte caerás gozando como un héroe anónimo.

Llegas hasta la sucia pila y te apoyas en ella. La ves plena de latas vacías, de platos sucios y docenas de brillantes cucarachas americanas. Quizás si pasas un trapo sobre los sucios cristales de la ventana entraría algo de luz y podrías encontrar el hornillo, y poner sobre él agua en un cacharro limpio.

¡Alto ahí!, ¿un cacharro limpio? Primero habría que limpiarlo. ¿Sabes limpiar algo? Sí sabes, pero no te sale de las pelotas en tu descenso a los infiernos, hacia la autodestrucción. Un camino fácil y, al final... el paraíso de la idiotez total. No te detengas, no pienses. Húndete en la mierda que te succiona. Sonríe estúpidamente, recréate en tu obra, tú te has creado a ti mismo, tú has logrado- sin ayuda- colocarte en el tramo final de una rampa sin retorno.

 

Continuará

23/12/24

ALKA


 ¿Es el perro el mejor amigo del hombre?

 

Consternado observo mis rosales, arrancados y esparcidos por el jardín. Llamo a gritos a la culpable del desatino.

-¡Alka, Alka!- aparece la perra, alsaciana que unos “amigos” me han forzado a adoptar el fin de semana. La sigue muy de cerca Bartolo, mi perro, un pastor alemán listo, fiel y cariñoso como pocos pero totalmente abducido por la compañera temporal que le hemos impuesto sin contar con él.   Desde que llegó, ayer sábado, no la deja ni a sol ni a sombra.

-¿Qué has hecho, perra del demonio?- se sienta sobre el césped, finge temor, pero dentro de dos minutos, provocará otro desastre. Se sabe intocable. La cojo del collar y la obligo a oler los rosales arrancados. Se revuelve y muestra sus afilados dientes. Me enfurece su reacción. Con uno de los rosales arrancados le sacudo una y otra vez, no puedo hacerle daño, pero me planta cara y tengo que soltarla, tiene la fuerza de un oso. Anclada sobre sus cuartos traseros gruñe, levanta el labio superior y me muestra un millón de dientes marfileños, sin caries. Me está amenazando. Lo presiento.

-Muy bien, llamaré a tus dueños, que vengan a recogerte y si no, te llevo a la perrera, allí aprenderás modales.

Mi fiel Bartolo no me defiende, habría sido lo natural, pero no, él sólo va a lo suyo, acercar su hocico al trasero de la fiera. Cosas del sexo, supongo.

Me alejo despacio, no crea la muy bastarda que me ha asustado. La controlo de reojo. Cuando entro en casa, mi mujer sale.

-¿Te quedas en casa hoy?- llegará tarde, como siempre.

-Sí, me quedo. He de cortar el sauce, está podrido por la carcoma y cualquier día provocará un desastre en el tejado o nos caerá encima a alguno.

-Ten cuidado, o mejor, llama a alguien que lo haga, es demasiado alto, y cuida que los niños salgan con tiempo autobús del colegio. Nos vemos a mediodía. Muahhh!- me tira un beso de mentira y se va.

Poco después, tras despedir a mis hijos en la puerta, saco del garaje la escalera y monto los tres tramos, nueve metros en total, bajo el árbol condenado a muerte. Regreso a por la motosierra, compruebo que el depósito está lleno y me acerco a la escalera. Un gruñido junto a mi pierna atrae mi atención, es Alka otra vez. Soy más rápido que ella, le lanzo un punterazo que tan sólo la roza, se aleja rauda y desde lejos me ladra, me insulta, pero no entiendo qué me llama.

-Deja que termine con esto y verás lo que tardas en salir de aquí, mala zorra.

Inicio el ascenso, al llegar al segundo tramo las ramas dificultan la subida. Cuando alcanzo la mitad del tercer tramo la escalera se mueve, se curva por mi peso. Coloco los pies en una rama gruesa, cerca ya de la copa y arranco la motosierra. Desde esta altura observo los jardines vecinos, me encuentro muy por encima de los tejados. La cadena dentada corta limpia y fácilmente abriendo un claro entre el ramaje que me permite trabajar con comodidad. El suelo pronto se ve cubierto de ramas y hojarasca.

El ruido de una moto en la calle llama mi atención, es el cartero; al verme en lo alto del árbol me saluda con la mano, deja las cartas en el buzón y se aleja.

Un chasquido repentino me alarma, dejo de cortar y observo la rama en la que me apoyo, salto sobre ella para comprobar la resistencia, nada, parece sólida. Ha sido un susto.

No quedan ramas gruesas a mi alcance y dirijo la cadena al tronco central, por encima de mi cabeza. Cuando comienza a inclinarse a punto de caer, suena más fuerte el chasquido bajo mis pies.

Esta vez sí, la rama cede por el nudo, junto al tronco. Empiezo a caer.

Mi cerebro funciona de repente mil millones de veces más rápido de lo habitual, el tiempo se detiene, permanezco suspendido en el aire, floto ligero y etéreo como un ángel sin alas. Estoy cayendo, no puedo evitarlo.

-¡La motosierra, tírala o te cortará en dos! Vale, la suelto pero no cae, queda suspendida a mi altura, el motor pesa más que la espada y ésta gira lentamente hacia mí. Me cortará en rodajas. Ayer tenía que haber pagado el seguro del coche y me olvidé de hacerlo, ¿quién recogerá a los niños a medio día? Maldita perra, ¿morderá a alguien cuando entren a socorrerme?

Una quemadura, siento una quemadura pero no puedo mirar, la sierra encontró mi pierna, ¡qué suerte, se desviará y caerá lejos, ¡ya no será un peligro! Descubro de repente el silencio, no hay nadie en todo el barrio. Voy a caer sobre un aspersor, se romperá, menuda faena para repararlo, el tubo está enterrado profundamente y, además, me atravesará de lado a lado, parecerá un pincho moruno.

Me destrozaré las costillas al caer sobre los troncos del suelo. Bueno, será rápido, pero me preocupa que ocurra así, sin testigos, a solas. Supondrá problemas para mi familia, habrá que hacerme la autopsia, alguien puede sospechar que no es un accidente. Debería aguantar y morirme cuando haya un testigo, le diría que sí ha sido un accidente. ¿Y mi mujer?, se enfadará, menudo genio:

-<¡Te lo dije, te dije que no subieses al árbol, cabezón!>.

-Mujer, lo he hecho otras veces, acuérdate de la falsa pimienta, era más alto y gordo que éste, y lo hice sólo. ¿Cómo podía sospechar que estaba tan podrido, que el maldito árbol se vengaría de mí, que moriría matando? Mejor dicho, que me mataría antes de morir él.

Qué raro, todavía estoy flotando en el aire, pero no veo los jardines, ni el cielo, no veo nada, pero no está oscuro, esto no puede ser, si no veo nada... es que todo está negro. Me siento un poco ridículo, sería buena idea gritar, seguro que me oye alguien. No, mejor que nadie se entere. Cuando termine de caer, me levantaré, me lavaré los arañazos, me pondré cristalmina- mejor que la mercromin- no mancha de rojo- y nadie se sabrá que me ha vencido por esta mierda de árbol.

Es tonto pensar en ello, pero, ¿y si quedo paralítico? ¡Eh!, ¿quien anda ahí? Alguien me está moviendo, tiran de mi pierna, pero no siento nada. Me esfuerzo por ver algo, tomo impulso y me pongo en pie. He saltado demasiado, ahora estoy de nuevo flotando sobre el jardín. A varios metros de altura.

-¿Qué estás haciendo? ¡Alka, Alka, suelta! Maldito animal, me esta mordiendo una pierna, justo donde la motosierra me hirió. ¡Dios santo! Se ve hasta el hueso. Pero, si estoy aquí arriba, ¿cómo puedo verme allí abajo, tendido en el suelo? ¡Esa mala bestia, me está mordiendo! No, ¡Me está comiendo!

Mi pierna destrozada, a cada dentellada muestra más el hueso, me acongoja no poder espantarla con una rama o dándole una patada en ese hocico ensangrentado. Descubro que mi visión ha mejorado, incluso distingo con claridad las ordenadas filas de hormigas que, bajo el césped, marchan veloces hacia mi cuerpo. Espantado, miro a mi alrededor, el jardín rebosa vida, acuden enormes moscas de colores irisados, extraños insectos que nunca he visto se entremezclan con las voraces hormigas; Como si fuese de cristal la tierra, veo correr en sus galerías a docenas de ratas que se aproximan, alborotando, al festín.

Aún sería posible, si grito, si me oyen... ¿pero, quién abriría la puerta? ¿Quién se atrevería a entrar con esta loba defendiendo su “comida”? ¿Y mi fiel Bartolo, no acudirá a defender lo que queda de mi pierna? Seguro que si silbo vendrá raudo, se lanzará al cuello de esta perra come piernas y la degollará en un plis plas. Intento silbar, junto los labios, hincho los mofletes, pero no emito sonido alguno. Trato de ver la expresión de mi rostro, pero no lo consigo. Una mancha oscura cubre mis mejillas, los orificios nasales, los ojos, la boca... la mancha se mueve, oscila, aumenta constantemente de tamaño, acuden más y más insectos, cada uno hace su trabajo con eficacia, a velocidad de vértigo.

¡Por fin! Bartolo acude a la carrera, ¡ahora verás perra inmunda! Lamentarás haberte dado un banquete con su amo. Me froto las manos- mentalmente- de alegría, mi amado chucho impartirá justicia, terminará con... ¡Bartolo!, ¿pero qué haces?

El perrazo, la niña de mis ojos, lame el hocico de Alka, luego mira lo que queda de mí y se lanza sobre la parte alta del muslo, clava sus colmillos y tira, tira hasta llevarse su parte. Alguna artería se desgarra y humedece con profusión- a borbotones- la tierra; el césped se torna allí más y más verde. Desde arriba contemplo la escena con cierta indiferencia, luego observo el límpido azul del cielo y distingo una bandada de aves en vuelo majestuoso, se aproximan, comienzan a planear, los buitres de inmensas alas descienden, se posan junto a mí y esperan su turno con cazurra indiferencia. 

DRH/Scila

1992

28/9/14

El viejo café II

Al despertar de la anestesia la veo junto a mi cama y la reconozco de inmediato. Su nombre es Aylisha, me dice. Oculta su azoramiento, su rubor, esquivando mis pupilas, así puedo observarla de cerca por primera vez. Su piel es dorada como melocotón maduro, puedo ver un latido tenue en su cuello, me detengo en las sombras casi azules del hueco delicioso de sus clavículas. Pero no recordaba que sus ojos fuesen tan lumhttps://lasabinosa-scila.blogspot.com/inosos, tan brillantes. ¡Qué perfección la de su rostro!, ligeramente alargado, su mentón, algo agresivo y ligeramente hendido en la barbilla. Qué rojos y sensuales resultan sus labios vistos de perfil. Sobresale un poco el inferior dando soporte y voluntad al conjunto. ¡Que hermosa es, más que en mis recuerdos de un día!

Aparta sus ojazos de la ventana y los fija en mí, y es como si, de nuevo, me clavase en la pared con sus pupilas, la misma sensación que tuve ayer, cuando era una persona completa, y me detuve alelado para contemplarla a través del cristal de su coche.

-"Tú no puedes saberlo, pero me estás destinada por los dioses como compañera"- intento dejarlo claro pero mi voz no resulta audible.

-No sabes cómo lo siento- su voz suena a música- pero, te metiste bajo mi coche, literalmente. Te quedaste quieto, mirándome por el parabrisas como un pasmao. En fin, nuestras compañías se encargarán del papeleo, de las indemnizaciones…

Imagino que no querrás volver a verme, a mí tampoco me resulta agradable verte sin la pierna y pensar que, en cierta manera, soy responsable de ello. De modo que, ánimo y hasta nunca, chaval. Otra vez fíjate por donde vas. ¡Tontín!

 

©Diego R. Herrero-Scila

27/9/14


 
 

El viejo café I

Hace unos días, más bien unas tardes, huyendo de un repentino aguacero me protegí en un viejo, muy viejo, café- sede literaria y de debate que fue hace casi un siglo-, busqué acomodo en una mesa cerca del rincón más penumbroso del histórico lugar. 

Grandes espejos tallados, con el azogue en vergonzante retirada, devuelven la imagen de las mesas, viejas mesas de hierro forjado y, sobre ellas, gruesas tapas de mármol. Un gran ventanal ocupa todo un ángulo del local, junto al cristal se ordena una larga fila de mesas desde las cuales los clientes observan la actividad urbana, los juegos de los críos en el parque de enfrente, las conversaciones de las madres que desde los bancos de madera les controlan mientras curiosean a cuantos pasan cerca.

Llamó mi atención el perfil atractivo de una mujer sentada unas mesas más allá. El viejo café parece vacío, tan sólo ella, yo y un camarero, que debió aceptar la jubilación cuando le tocaba en vez de seguir como testimonio de la vetustez del lugar. Ocupábamos un espacio insignificante, el resto del local eran sombras apenas aclaradas por la escasa luz de las tulipas que parecían arder con el gas del siglo pasado, o el anterior.

La lentitud del anciano camarero en anotar la comanda me permitió observarla con detalle, antes de encargar para mí un chocolate con churros- un capricho de tarde otoñal, me dije. Llamaron de inmediato mi atención sus manos, una de ellas permanecía sobre la mesa, como dejada allí dormida, ajena al resto del cuerpo. La otra deslizaba la yema de uno de sus dedos sobre el borde de la taza. Era un gesto lento, perezoso o irresoluto, mantenía una ligera inclinación del rostro siguiendo el movimiento sobre la circunferencia de la taza.

Los movimientos de la cabeza ofrecían cambios de luces y sombras en el rostro modificando su expresión; ahora grave y concentrada; ahora risueña y soñadora; ahora triste y ensimismada. ¡Qué especie de milagro cambiante!, con tan sólo modificar el ángulo y la intensidad de la luz.

Observé unas ligeras manchas de carmín en el borde de su taza, pero sus labios- a pesar de ser muy rojos- no mostraban restos de carmín. ¿Quién había bebido en aquella taza? ¿Por qué sonreía o se tornaba triste su semblante acariciando apenas la delicada porcelana? ¿A quién esperaba, o quién se había ausentado?

La mirada fija e impertinente debió alertarla, giró el cuello y sus ojos, como faros de Alejandría, me clavaron en el fondo de la pared, como cuando se fija a una mariposa con un alfiler sobre el papel...

A fuerza de desearlo, a veces, las cosas ocurren. A veces. Pero hoy no, como casi nunca. Se levantó de improviso empujando delicadamente con sus nalgas la silla, sospeché- a partir de ese movimiento- que todo lo que a continuación ocurrió tenía una razón de ser.

Mis pupilas habían contemplado su perfil al contraluz de la ventana, neblinosa por la lluvia otoñal en la calle, y la contemplaron con obsesiva fijeza sí, con molesta obstinación. Pero sin ocultas y maliciosas intenciones, tan sólo con asombro infinito al reconocer en su perfil la imagen inédita de mis sueños. El desconcierto me impidió caminar unos pasos e impedir su marcha, su huida definitiva.

Debió sentir mi impertinente fijeza, tal vez le asustó, o tan sólo despreció mi estupidez, se levantó dándome la espalda, mostrándome el tamaño real de su indiferencia, o de su desprecio. Tomó el libro de la mesa y caminó con la elegancia de un lince en la sabana, agitando levemente el cuello estilizado, dejando que los pesados quinqués de las equinas del viejo café arrancaran destellos auríferos de sus cabellos en la curva delicada de la nuca.

Las puertas, de cristales y grandes pomos de dorado latón, se abrieron a su paso aceptando una bocanada de frío ambiente urbano, cargado de olor a asfalto mojado, a lluvia de hojas ocres que fueron verdes, luego se cerraron como un implacable telón de madera y cristal tras la figura esbelta.

Tan sólo vislumbré un instante su cabello, agitándose al viento como la bandera de un navío en el horizonte, breves sacudidas a impulsos de la brisa que azotaba las fachadas con el aguanieve persistente y, luego, la bruma del atardecer la ocultó de mí vista con su cómplice oscuridad.

Contuve el impulso insensato de levantarme y correr tras ella. Ya era tarde. Era tarde cuando ese día amaneció, porque estaba predestinado a no hacer lo que debía haber hecho. Me limité a esperar que las cosas ocurrieran sin mi mediación, someterme al albur, a la casualidad, como decía Pancho el blanquito, antes de fenecer del mal de otros.

Esperé un rato, apuré el resto de la taza que ahora me supo amargo y frío y, cuando ya no soporté más aquella atmósfera de repente irrespirable, dejé unas monedas sobre el mármol de la mesa y caminé abstraído hacia la salida.

A mi espalda, el anciano camarero recogía el servicio de la mesa de la bella desconocida y comprobaba si le había dejado alguna propina. Cuando empujaba las puertas de cristal le escuché un sarcástico comentario que no supe entender hasta horas más tarde:

-<Y, esta nota que ha dejado la chica, ¿para quién será?>.

-"Aquí tienes mi número, si te atreves a llamar, mirón"- ¿para quién habrá dejado esto?- escuché la voz asmática del camarero leyendo en voz alta. Pero no relacioné de inmediato la posibilidad de que yo fuese el destinatario.

Ya en la calle giré la vista y pude- através de los cristales- ver al viejo camarero alejando de sus cansados ojos un pequeño papel cuyo contenido había leído en voz alta.

¿Por qué no corrí a quitarle el papel con el teléfono?

 

 
©Scila- 2004- diego r. herrero

29/12/10

LA TOÑI

-¿Oyes como grita, madre? Es la Toñi, en la chabola de al lado, parece que estén matándola.

-Con tal de llamar la atención... le da igual a esa pelandusca- la mujer ignora los gritos y continúa zurciendo un calcetín, sobre la mesa camilla.

-El tío Garrafa le está haciendo algo, seguro- levanta la mirada del libro y la fija en la pared tras la que se oyen los gritos.

-Nada se nos ha perdido en ese entierro. No escuches hijo y, cuéntale a tu madre ¿cómo te va en la escuela nocturna?- con los dientes corta el resto del hilo.

-Pero... ¿No la oyes madre? ¿No te dan escalofríos esos quejidos? ¿Qué le estará haciendo su padrastro? Mal bicho ese tío Garrafa- el rostro del muchacho se contrae con cada alarido, los frágiles tabiques de la chabola vibran casi humanos.

-Anda, anda, no cambies de tema perillán. Dime, ¿son guapas tus compañeras de clase? Seguro que ya te has fijado en alguna, ¿eh? A tu madre puedes contárselo. ¡Qué digo puedes, debes contármelo!- trata de enhebrar la aguja de nuevo.

-Siempre con lo mismo, no enredo con chicas. El trabajo es duro y con la academia no tengo tiempo ni ganas de...

-¡Y poco orgullosa que estoy yo de mi hijo! El único en todo el barrio que sabe escribir a máquina- detiene su intento enhebrar el hilo y le mira con embeleso maternal.

-¡Me importa mucho a mí el barrio! Esta gusanera miserable, no hay más que hambre y mala gente... como ese tío Garrafa. ¿Oyes madre? Ahora grita más fuerte. Tenemos que hacer algo. ¡Pobre Toñi!

-No te preocupes hijo, se lo habrá buscado. Así, así. Tápate los oídos, aprieta con las manos fuerte y no dejes que...

-¡No puedo madre, no puedo! ¡Sus gritos me duelen aquí dentro! Tengo que salir ahí fuera y...

-¡Alto ahí! De aquí no te mueves. ¿Quién eres tú para intervenir en asuntos ajenos? Recuerda: “entre padres, hijos y hermanos nadie meta la mano”. Esa es... una descarada, siempre calle arriba y calle abajo, medio en cueros, con esas tetas indecentes, enseñándolo todo... provocando a chicos y grandes, deja que la den su merecido. De... eso que le estarán haciendo, no se muere nadie.

-Aunque me arranque los oídos de cuajo, aunque apezcuñe los ojos la escucho, la veo. Sí madre, es como si estuviese viéndola sobre el camastro sucio, apestoso. Veo como muerde la almohada, tiene miedo y asco... Puedo ver, sin quererlo. Puedo ver el único ojo del tío Garrafa, legañoso, mirando a la Toñi; luego tendrá por todo el cuerpo verdugones, arañazos, golpes... ¡madre, la Toñi no merece eso!

-¡Basta ya! Veo que sabes mucho de ella y de esa casa. No te dejes enredar. No consentiré que esa puñetera se te meta en la sangre como a...

-¿Cómo a quien madre?- pregunta con repentina dulzura.

-Nada, déjalo, cosas mías- niega con la cabeza, nerviosa. Intenta reanudar el zurcido con dedos temblorosos.

 -¿Por qué la odias? No es mala, se está haciendo mayor muy deprisa y por eso se fijan todos en ella. Se está volviendo muy guapa, no puede evitarlo. La ropa le queda pequeña, corta. Su madre no le puede comprar otra, no enseña por malicia madre, es por miseria. Se desespera, querría crecer esmirriada y fea, con granos y espinillas, sin... tetas, para que los hombres no se metan con ella, pero... ni queriendo madre, puede la Toñi ser fea.

-Y, ¿todo eso te lo cuenta ella? ¡Què sentimientos tiene mi niño! No los malgastes prenda, esa no merece ni un suspiro tuyo. Quien mal anda mal acaba y, a la Toñi del demonio que Dios confunda, se la veía venir. No permitas que sus gritos y aspavientos te duelan, que esa familia de hampones vivan de sus basuras, de la chatarra, de los trapos, déjales que se pudran, déjales te digo- reanuda con gesto plácido la costura.

-Que bruta puedes ser madre. ¿Cómo puedes...? ¿Oyes esos gritos?, atraviesan los tabiques, se hunden como cuchillos en la carne?- se le escapa un sollozo.

-Lo digo por tu bien hijo. Ya encontrarás, a su tiempo, una chica de tu clase, una mujer de su casa, como tu madre- no quiere ver la tortura reflejada en el rostro aniñado.

-¿De mi clase madre? ¿De qué clase hablas? ¿Qué nos hace distintos? Capean la miseria con la chatarra y los trapos sí, pero tú vas a limpiar escaleras, padre se desloma en las obras y yo... ¡aprendiz de fontanero! ¿De qué clase hablas madre?- habla con vehemencia, apoyando ambas manos en el borde de la mesa.

-¡Qué sabrás tú, qué sabrás tú angelito! Hay mujeres malas y hombres... hombres débiles, tontos, sin voluntad- un suspiro teatral dilata su pecho.

-También hay hombres malos madre, como el tío Garrafa... como padre. Hombres que persiguen, pellizcan y soban a la Toñi. No disimules, sé por qué la odias. Lo sé y no te lo he dicho. La odias sí y, no es justo... ellos son los culpables, abusan de la fuerza, de la edad... ella entró aquel día en esta casa por mí, creyendo que estabas tú, ignorando confiada que padre es como...

-¡No sigas, calla! No quiero oírte, no acuses a tu padre. Ella fue la única culpable, les acecha, les provoca...¡Vete de una vez en busca de esa guarra! Eres como él, como tu padre. Encelado, hechizado por esa pequeña y sucia bruja- arroja el calcetín remendado sobre la mesa y limpia de su cara, a manotazos, unas lágrimas inexistentes.

Con la mirada extraviada contempla el rostro crispado, lloroso, de la madre. Entre sus dientes apretados escapa un grito incontrolado, toma algo de la mesa y sale. La puerta suena como un disparo al encajarse tras él.

Instantes más tarde se escucha un golpe sordo, sobre la madera de otra puerta. Tras un corto silencio nuevos gritos, carreras en la calle, gritos más próximos.

-¡Han apuñalado al tío Garrafa! ¡Se desangra en el suelo!

-¿Quien ha sido?- pregunta alguien.

-¡Ha sido ese mocoso, el novio de la Toñi!

Sentado sobre el camastro, acuna con tierno vaivén el cuerpo desmadejado, yerto, de la joven que oculta el rostro en el pecho agitado del muchacho.

-No sientas miedo cielo, no lo hará más. Nunca más- la mano derecha descansa sobre la cadera desnuda de la joven, en ella retiene las tijeras de su madre, por una de las hojas aceradas gotea la sangre sobre el mugriento jergón.


Diego R. Herrero
(Scila)